Llega la hora en que el día se rinde. El sol se hunde frente a ti lentamente, y el cielo estalla: rosas que furiosos, violetas y dorados. El puerto se tiñe de reflejos, el agua se vuelve espejo, y el sonido del mar se mezcla con el crujir de una ostra al abrirse.
La terraza de VORAZ se transforma.
Las luces del Puerto Deportivo despiertan, suaves pero implacables, y el aire se carga de una electricidad que no explica palabras. No estás mirando un atardecer: estás dentro de él. La noche no cae; te envuelve. Y tú, sin darte cuenta, ya eres parte del fuego.